TRACK DAY EN PORTIMÃO

Todos tenemos hobbies, unos más caros otros más baratos, unos más sanos otros más canallas. Unos prefieren disfrutar en un sofá del placer de la lectura, otros escalar montañas. [...]

Todos tenemos hobbies, unos más caros otros más baratos, unos más sanos otros más canallas. Unos prefieren disfrutar en un sofá del placer de la lectura, otros escalar montañas. Y ninguno es mejor que otro, simplemente diferentes, además de compatibles. El problema es cuando, como en mi caso, se es muy disfrutón y se tienen muchos: sanos, canallas, intelectuales, caprichosos, perjudiciales… pero sobre todo muy pocos baratos. Pero sucumbir a ellos es un placer y por ellos nos matamos a trabajar, ¿no?

Aunque a la hora de hablar de motor las dos ruedas son mi auténtica pasión (deseando volver a rodar sintiendo las puntas de los dedos), los coches, aunque menos, también lo son, ¡cómo no! Y de una experiencia única, un track day en Portimão, os voy a contar esta semana. No hace muchos meses coincidí en Abadia Retuerta con un grupo muy simpático de amigos de relojes manufactura. De ese grupo tres de ellos tenían Porsche, de ellos dos eran amantes de la cocina de vanguardia y uno todo un erudito en vinos. Cuatro pasiones se juntaban en la mesa: el buen vino, los relojes manufactura, los coches deportivos y la cocina de autor. Unas semanas más tarde ya quedábamos con frecuencia para alrededor de un estrellado hablar del resto de pasiones. Con el tiempo este pequeño grupo se vio aumentado, pero limitado, a propietarios de Porsche y de la buena mesa. Álvaro, Manu, Germán, Paco y Felipe supusieron un descubrimiento que todavía hace presagiar grandes momentos y mejores sobremesas.

No muchas semanas más tarde un grupo de cuarenta aficionados a estas pasiones reservábamos el circuito de Portimao en Portugal, para rodar “tranquilamente” a puerta cerrada con nuestros coches y disfrutar de la gastronomía de la zona. También diferentes paradas, tanto a la ida como en la vuelta, formaban parte del recorrido y de la experiencia. Aunque al final alguno de estos propietarios se trajo su segundo coche (hubo algún Lotus, varios KTM, un Lambo o un par de C4), la gran mayoría eran Porsche 911. De estos el modelo más popular sobre el trazado portugués fue el modelo 911 GT3, coche que destaca por su polivalencia, pero sobre todo por sus buenos tiempos en circuito. Yo monté en el camión mi 911 turbo. 

Portimao es la localidad costera que da nombre al circuito y que, en enero, como pudimos comprobar, adolece de muchos de los servicios que seguramente formen parte de su oferta los meses de mayor ocupación. No obstante, nos quedamos en un hotel con magníficas vistas y bastante agradable, no echando de menos muchas cosas. La mayoría decidió bajar a Portimao con un coche más cómodo, el 911 es posiblemente el mejor deportivo para un uso variado, sin embargo, 800Km se hacen más cómodos en cualquier berlina o 4×4 moderno. Dos camiones desde diferentes puntos de España cargaron coches dejándonoslos alineados y preparados en el circuito para que el sábado a las 10 nos subiéramos a ellos.

Un obligado safety briefing nos explicó las normas básicas de conducta en la pista y las señales a tener en cuenta de los comisarios. La verdad es que resulta un auténtico lujo poder disfrutar de un circuito a puerta cerrada con más de cuarenta personas velando por tu seguridad y necesidades. Desde mecánicos, box con personal para cambiar ruedas, puesto de gasolina, enfermeros, personal de evacuación… todo preparado para evitar o minimizar cualquier contratiempo. 

Siempre he visto la diversión tanto en coches como en motos no tanto en la velocidad sino en el placer de recorrer kilómetros escuchando el motor (el de las Harleys de carburación es todo un deleite para los oídos), disfrutando del empuje animal de un motor de 500 caballos en un momento determinado (el del turbo del 911 es francamente embriagador), sintiendo el aire en la cara o escuchando tu música preferida por una carretera revirada. Por ello, es por lo que nunca me había atraído mucho lo de entrar en circuito. Pero la ocasión lo merecía y el plan de pasar un fin de semana con amigos no podía ser más atractivo.

Como profano del tema llama la atención la preparación de ciertos conductores (mono, zapatillas de competición, apuntes sobre las curvas, cascos de coche y todo tipo de artilugios para medir los tiempos). Está claro que cuando lo vives con pasión una cosa lleva lógicamente a otra. Yo, sin embargo, más allá de mis guantes a medida de Christophe Fenwick a juego con el gris oscuro exterior de mi coche y el rojo de su tapicería, poco más tenía para haber podido pasar por un conductor avezado en la materia. No obstante, lo verdaderamente llamativo es la caballerosidad que reina en pista. Con toda seguridad yo fui el más lento pero en ningún momento me sentí incómodo o tuve la sensación de estar molestando – todo sea dicho que también yo me encargaba de dejar que el resto de los conductores hicieran su trazada sin estorbar. 

El circuito engancha. Entras para darte unas vueltas tranquilas y terminas por encima de los 230Km/h en recta y perdiendo la parte trasera en alguna curva. Dicho esto, la sensación más increíble es ver como tantos kilos se detienen en tan pocos metros y de una manera más segura sin balanceo como en estos 911 de calle. Es todo un placer que eleva la adrenalina y te impide entrar en boxes y sigues una vuelta tras otra. Una vuelta de calentamiento y otra al final para refrigerar el motor y el resto hasta no el coche sino tu grado de intrepidez o desapego a este mundo diga basta. Increíble comprobar como los límites del coche van mucho más allá de los nuestros (y esto aplica tanto a mi como casi a todos los conductores no profesionales). Y en una pista como la de Portimao la adicción es si cabe mayor. Subidas y bajadas, alguna curva ciega, muchas escapatorias que te animan a ir un poco más fuerte cada vuelta, un compañero que se monta contigo y te enseña las mejores trazadas…toda una locura que te hace sudar dentro del casco como un auténtico atleta. 

Correr con amigos o gente conocida te garantiza además de que habrá mucho respeto en pista también el poder probar diferentes coches o modelos del mismo, aun cuando en mi caso prefiriese hacer esto último solo como copiloto. La sensación de ir con un KTM abierto de menos de 1.000Kg y 500 caballos en formato casi kart va más allá de lo que se puede experimentar en cualquier otra actividad en contacto con la tierra. El paso de curva es rapidísimo, el cambio de dirección, la sujeción en curvas, la sensación de aceleración más salvaje antes experimentada…todo ello te hace arrepentirte antes siquiera de afrontar la primera curva de haber rechazado esa biodramina que tan amablemente te ofrecían en el desayuno. 

Una parada a medio día para tomar fuerzas y más emociones hasta que llega la noche cerrada. Cada uno parece guardar su mejor tiempo solo para él. No hay competencia, solo se habla de sensaciones, de buenos momentos, de lo bonito que son ciertos coches, de paseos por el pit-lane observando el llegar y salir de los coches. Para todos, todos los coches tienen algo, no hay ninguno feo, ni tampoco uno por encima del resto. Y precisamente esto es lo que transmitió cada uno de los allí presentes. Ducha en el hotel y esa sensación tan parecida a la experimentada después de un largo día de esqui. Ya con las pulsaciones a ritmo normal las anécdotas se suceden unas tras otras. Fotos, videos, risas, gin-tonics.

Desayuno pronto, parada a medio camino en el restaurante reservado y una enorme sonrisa al abrir la puerta de casa. Bueno, y el Ave Fenix de la VISA con un ala maltrecha. ¡Pero a quien le importa eso cuando se ha vivido una experiencia única!. 

Fotos: Carlos Losada

El Aristócrata 

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